El Murteg
Entre las dos montañas gemelas, cubriendo toda la extensión del valle que se forma entre sus laderas se alza un boque del que todos hablarán en susurros: El Murteg. Dicen que su nombre significa muerte en una lengua que incluso los dwandir han olvidado.
Es un bosque frondoso donde se alternan las acacias, los robles, algunos abetos según se asciende por las laderas y enormes cipreses en las orillas del río que lo recorre. El sol casi no alcanza el suelo dándole un aspecto umbrío, triste; está cubierto de hojarasca y musgo y al andar sobre él parece como si se moviera y respondiera a nuestro paso. En invierno, cuando los días son más cortos, la niebla lo cubre dejando ver sólo las copas de los árboles, como fantasmagóricos vigilantes verdes. En verano, flota sobre las aguas del río un pestilente vapor que prende vivamente al acercarle la llama.
Los ancianos dwaldur hablar con reverencia de Krojok, un antiguo guerrero que se internó en dicho bosque buscando sus secretos y que regresó después de varias lunas completamente poseído por los espíritus malignos. Habló en sus delirios de árboles gigantes que hablaban el lenguaje de las piedras, de engañosos sauces que devoraban a los animales, de enormes nenúfares sobre el lago que sostendrían el peso de un gruba.
Los dwandir no entran en este bosque ya que dicen que en él mora el espíritu del wukran y que es un lugar donde la Taga misma tiene miedo a entrar. Sin embargo, una de las pruebas iniciáticas habituales de los chamanes consiste en ir al Murteg y recoger una rama de alguno de sus árboles con la que los aspirantes a chamanes deberán construir una señal para marcar el territorio del clan o de la familia. Se supone que la madera del bosque, al estar infectada del wukran, engañará a los malos espíritus y pasarán de largo por el territorio. Sin embargo, los chamanes encargan esta prueba con un objetivo oculto: si el aspirante consigue vencer la influencia del Murteg, si consigue regresar, será digno de continuar sus enseñanzas. Pocos aspirantes a chamanes perecen en esta empresa pues la mayoría de ellos se conforman con conseguir una rama de la zona más externa del bosque. Pocos son los que pueden afirmar sin mentir que se han adentrado en su interior.
El resto de las razas de Pangea ve el bosque como un peligro a evitar, algunos lo asocian al wukran (como los mendwan) y para otros es sólo un bosque viejo lleno de peligros naturales (como los gardan). De todas, sólo los gruba, quizás porque su territorio queda bastante lejos, parecen indiferentes a su maligna naturaleza y entran en él sin pensárselo dos veces. No se conocen muchos gruba que hayan vuelto de semejante atrevimiento.
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