Nº: 60 . 3ª época. Año VI
Callejero: Librería «Letras Clásicas» Por: Alex Santonja «Kano»
 
 
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Librería "Letras Clásicas"

(C/ Dulcinea del Toboso nº 5; 94C3)

Cartel

Esta biblioteca está situada en el centro del barrio de la Catedral. Lleva abierta desde principios del siglo pasado, manteniéndose como una de las bibliotecas más antiguas, aunque no mas importantes de la ciudad, y siempre ha mantenido una especie de aura de biblioteca señorial y clásica, que se crea ya en la entrada, ante una fachada gótica de madera y piedra de las más espectaculares de las construidas en Cunia.

Tras atravesar las puertas de la misma, el posible cliente se encuentra con una enorme sala llena de mesas donde las últimas novedades y grandes montones de superventas se reparten el espacio, entre los cuales numerosos clientes repasan posibles adquisiciones. En las paredes, estanterías de madera oscura rodean completamente la sala, exponiendo los libros por temáticas, todas ellas relacionadas con la literatura. Al fondo de la sala, una amplia puerta permite el acceso a otra sala, ligeramente más pequeña, donde los libros de ensayo, guías, idiomas, etc., se encuentran igualmente expuestos para su venta.

Entre las estanterías de una y otra sala se encuentran los empleados, yendo de un lado a otro, bien cargando libros o llevando un papel en las manos con la petición de algún cliente. Sin ningún distintivo especial, tan solo los que son un poco observadores o los clientes habituales suelen reconocerlos como tales. Muchos de ellos son jóvenes de entre dieciocho y veinticinco años, que varían de un año a otro, siendo menos los que duran dos años, y tan solo se ha dado el caso de alguno que durase tres años. Únicamente tres son los habituales entre los empleados, siendo estos la cajera, que con treinta y ocho años lleva gran parte de su vida encargándose de la caja de la librería, el responsable de planta de la zona de literatura, con cincuenta y tres años a sus espaldas, una eterna pipa que mantiene apagada y un poblado bigote, y el responsable de planta de la zona de ensayo, que cuenta tan solo con treinta y seis años y es de las mas recientes adquisiciones permanentes del negocio.

Entre las estanterías que se encuentran en la pared que separa las dos salas, unas recias escaleras, de la misma madera oscura que estas, suben hasta una segunda planta donde se encuentran las oficinas de la biblioteca. El dueño, Andrés Guerrero, de sesenta y tres años, se encuentra durante el día en todo momento en este despacho, realizando compras y ventas con otros libreros, editoriales y grandes clientes, a la vez que preparando listados de pedidos que entregar o devolver. Por las tardes, desde el mismo despacho, suele preparar una serie de libros de lectura obligada para sus empleados más jóvenes, aquellos cuya formación estará a su cargo durante una temporada.

Y es que la librería guarda unos cuantos secretos entre sus paredes que pocos conocen, que hacen que se les tenga en gran consideración. El dueño, Andrés Guerrero, es un antiguo profesor de primaria de Cunia que, por cosas del destino, hace treinta años dejo la profesión de maestro y entró a trabajar en la librería. El anterior dueño, encargados de la misma desde hacía otros veinte años, y miembro de los latinos desde bastante antes, le contrató no solo por la necesidad de un entendido en libros y literatura, sino por cierto encargo que le acababa de plantear el jefe de la familia. Este consistía en educar a su hijo durante un par de años, a la vez que obligarse a ganarse la vida para entender lo que cuesta el trabajo y saber lo que es comenzar desde cero. Así que por las mañanas, Andrés Guerrero se encargaba de atender en la tienda a aquellos que entraban en busca de un comentario de más nivel que el simple consejo de que libro comprar, ayudado de su alumno que realizaba encargos mas relacionados con la colocación de libros y atención rápida a los clientes, y por las tardes ambos daban clase, uno como profesor y el otro como alumno.

A los dos años, Jose Luis Molina, pues este era el nombre del alumno, y que es conocido hoy en día como una de las cabezas de la familia de los latinos, dejó la librería, con la formación según Andrés, ya completada. Al año siguiente, otro hijo de la familia entró a trabajar con las mismas condiciones. Y al año siguiente, dos nuevos latinos entraron a formar parte de la plantilla de la librería.

Durante años, esto no hubiera cambiado si no fuese por otro de los secretos que guarda la librería, quedándose en un reducto de formación para los hijos de los, cada vez menos influyentes, latinos. Y es que la librería lleva siendo, desde la época en la que en el resto de la provincia se libraba una guerra civil, el local más importante y con más prestigio de toda Cunia en partidas de póker, que se ha ido ganando con el paso del tiempo. Entrar en una de ellas, incluso como simple observador, requiere haber recorrido muchos locales jugando y demostrando cierta clase y profesionalidad a la hora de jugar, o cierta presencia y prestigio.

Las partidas no suelen ser habituales, restringiéndose a una a algo más de dos meses. Los participantes suelen ser avisados poco después de acabarse la inmediata anterior, y se considera obligatorio avisar de la falta de asistencia con al menos un mes de antelación, considerándose una ofensa dejarlo para días antes. Y las ofensas no se resuelven en la siguiente partida, pues aquellos que realizan una acción que el dueño considera ofensivo para el resto de los jugadores no vuelve a recibir invitación. Participar implica que se dispone de la cantidad necesaria para responder a todas las deudas de juego que se puedan plantear, y el no pagarlas significa la muerte en el mejor de los casos.

La seriedad del dueño, la profesionalidad, el buen hacer han hecho que con el paso del tiempo la tienda se haya ido considerando zona neutra entre las grandes familias, y esto ha llevado a que no solo hayan sido los latinos los que hayan llevado a sus hijos a las manos del, posteriormente, dueño. Por un tiempo indeterminado y por una cantidad muy elevada, cualquier miembro importante de la sociedad o de la "sociedad" puede entregar a sus hijos uno o dos años para que reciban una formación especial y que se tiene en más alta estima que las de algunas universidades.

Los ingresos de esta formación, junto a los ingresos del tanto por ciento que se lleva la librería en cada una de las partidas de póker ilegales, consiguen que la librería reciba una cantidad importante de ingresos todos los meses, lo que le permite a Andrés mantener abierta la librería como tapadera cómodamente. Y, aun así, la librería percibe con el tercero de sus secretos otra fuente importante de ingresos.

Todos aquellos que han participado como jugador o como observador en alguna de las partidas de póker que la librería ha organizado saben que a la sala donde se accede se encuentra oculta tras los paneles de la librería, y de la que tan solo Andrés tiene la llave. Y es que tras el panel de literatura extranjera que comienza con Proust se encuentra la entrada a un pasadizo secreto que pasa a través de una biblioteca muy especial. En ella, decenas de estanterías metálicas forradas de madera, algunas con compuertas que cierran herméticamente, presentan centenares de libros antiguos y fundas transparentes con manuscritos. Los que sienten curiosidad por ella, suelen ser complacidos por el dueño de la librería, que con sumo cariño y no menos cuidado, va mostrándoles las pequeñas joyas que mantiene tras los cristales. Lo que no hace es permitir a ningún visitante que ponga sus manos sobre algunos de dichos volúmenes. Y es que entre ellos, camuflados con tapas envejecidas, se encuentran los libros que llevan la contabilidad de no pocos negocios ilegales de la ciudad doliente, que en secreto se lleva por parte del contable de la librería, Joaquín Tamudo.

Muy pocas personas, de las que confían en el dueño de la librería a la hora de entregarle la información que necesitan para llevar la contabilidad, saben donde la guarda este. Desconocen si lo hace con métodos tradicionales o si se ha informatizado. Ignoran donde la guarda, y quien es el responsable de llevarla al día. Solo saben que esta se encuentra segura, y así ha sido durante más de cincuenta años. También saben que nunca se ha producido ni un solo error en la contabilidad de la misma, y que cuando han necesitado de ella, la han obtenido sin problemas. Los pagos para conseguir que Andrés acepte llevar la contabilidad de un negocio llevan consigo una serie de condiciones, como son los pagos elevados, una confianza absoluta en el contable y en la librería, y protección absoluta por parte de los contratadores ante el negocio, incluso tras su posible muerte.

Personajes de la librería:

Andrés Guerrero, dueño de la librería "Letras Clásicas". Tiene sesenta y tres años, y lleva treinta de los mismos directamente relacionado con la biblioteca, mas de veinte de los cuales al frente de la misma. De pasado profesor, siente un gran respeto por la educación, el respeto y el honor, y durante toda su vida ha seguido estos principios. Esto hace que por un lado sea una persona educada, con la que se puede hablar de forma agradable y culta, y a la que se le reconoce como una persona en la que se puede confiar mientras se le demuestre confianza.

Sin embargo, tras su aspecto agradable, sus principios le hacen actuar de manera implacable cuando se le contraria, cosa que no permite ni a los alumnos que tiene bajo sus manos, y los castigos que impone son consecuentes a la situación sufrida. Si se encuentra en sus manos, el castigo lo impone el mismo. Sino, puede hacerlo a través de alguno de los clientes de cuya protección puede hacer uso, aunque es una situación de la que no abusa, por lo que solamente hace uso de ella si el castigo tiene una relación directa con la falta a reparar o los implicados no se encuentran directamente enfrentados. Lo normal es que cuando la falta le afecte únicamente a él contrate los servicios de uno o varios mercenarios a sueldo que lo resuelvan de manera rápida y limpia.

Joaquín Tamudo, contable Es un hombrecillo de unos cuarenta y muchos años, calvo en gran parte, con unas pequeñas gafas de montura metálica y grandes cristales, que le da el aspecto de los típicos gafotas de los dibujos animados de ojos grandes. Es el contable de la librería desde hace más de diez años, y si hablase muchas personalidades de la ciudad acabarían entre rejas. Por suerte para él, la manera de trabajar permite que de ojos para fuera nadie sepa que es el que lleva entre sus manos la contabilidad de su dinero.

Nuria Estornell, cajera Lleva ya trabajando bastantes años de cajera de la librería, y es la encargada de realizar una vez al año la gestión del inventario de los libros de la librería, aunque se restringe únicamente a los libros de las salas abiertas al público. Es la primera en entrar todas las mañanas para abrir la tienda y la última en salir de la tienda cada noche, pues se queda para hacer caja después de cerrar. Andrés tiene plena confianza en ella en cuestiones relacionadas con la tienda, pues su posición en la misma le permite conocer de primera mano las tendencias de venta entre los productos de la tienda. Además de la caja, se encarga de realizar los pedidos a los proveedores, y suele hacerlo con un ojo excelente. A su favor tiene que Andrés le mantiene totalmente a parte de los secretos de la tienda, y tan solo sabe que los chavales que se encargan de vender de cara al público son una especie de estudiantes al cargo de su jefe. Desconoce la existencia de la sala de las obras literarias, así como lo referido a las partidas de póker o a la contabilidad de terceros.

Nuria desconoce la verdadera razón por la que trabaja para Andrés, y su madre no le contó nada mientras vivía. Existe un rumor que solo saben los muy mayores, entre los que se cuenta que al parecer, el padre de Nuria era un jugador conocido de póker de la época que se jugó hasta la vida en una partida en la participaban los jefes de tres de las familias que entonces estaban en activo. Al no poder pagar, los participantes exigieron una compensación, por lo que Andrés decidió encargarse personalmente del asunto. Acabó con el padre, y pocos meses después, cuando casi lo había olvidado, conoció a la madre cuando esta fue a la librería a ver si podía vender unos lotes de libros para poder conseguir algo de dinero con el que sobrevivir. Andrés se enamoró inmediatamente, y le compró los libros a un precio varias veces superior al real. Hablando con la madre de Nuria, consiguió que esta le permitiese acercarse a su casa para ver el resto de libros que tenía en casa. De esa situación salió un romance que duró hasta hace pocos años, cuando la madre murió de un ataque. Entre tanto, Nuria entró a trabajar en la librería.

Francisco Romero, encargado de la zona de literatura Librero de la vieja escuela, Francisco se mueve como pez en el agua entre los volúmenes que se encuentran a la venta. Conoce los libros, las editoriales, las ediciones, las historias, los autores, las temáticas y los estilos como si fuesen miembros de su propia familia. Respeta los libros hasta tal punto que, a pesar de ser un fumador de pipa empedernido, nunca la encenderá mientras esté cerca de uno por miedo a estropearlo. Le desagrada profundamente encontrarse libros estropeados entre sus estanterías, y no es raro que llame la atención a algún cliente despistado o poco cuidadoso que trate los libros de la librería con descuido, cosa que en algún caso ha causado situaciones tensas en la librería. Los que no le conocen suelen considerarle un poco pedante en temas relacionados con la literatura y los que le conocen saben que no es así, sino pura pasión por esta. Francisco también se mantiene al margen de los negocios secretos de Andrés, pero conoce la existencia del pasadizo. Es difícil que no pase cuando casi cada día tienes que colocar o retirar libros de todas las estanterías. Sin embargo, no le preguntará nunca a Andrés sobre el mismo. Le une una larga amistad basada en la confianza, y sabe que si alguna vez Andrés considera que debe contárselo, lo hará. Mientras tanto, sigue sus órdenes de forma exacta en relación a la zona de literatura y la educación de los jóvenes empleados a su cargo, y de vez en cuando se va con el jefe a un bar cercano, a mantener una interesante discusión sobre literatura.

Mario Lluna, encargado de la zona de ensayos y libros técnicos De los trabajadores fijos de la librería, este es el más reciente, con tan solo cinco años al cargo de las estanterías. Y es que la misma zona de ensayos y libros técnicos es reciente, pues hasta hace cosa de seis años, esa zona se reservaba como almacén. Sin embargo, ante las peticiones de los clientes, Nuria le comentó a Andrés que sería bueno tener una zona especializada en libros técnicos. Andrés era reticente, pues las biografías y ensayos literarios ya tenían un hueco, pequeño pero fijo, entre las estanterías de la primera sala. Sin embargo, acabó cediendo, compró un local vacío en la puerta de al lado y lo acondicionó como almacén, a la vez que arregló la nueva zona para integrarla en la librería. Contrató a Mario y le encomendó la tarea de encargado de esa zona.

Mario estaba enfocando su carrera como profesor de una de las asignaturas de Ingeniería Industrial. Desgraciadamente para él, cuando se encontraba realizando clases como ayudante de profesor, una alumna le denunció por acoso sexual, y, aunque todas las pruebas le eran favorables, la universidad decidió prescindir de sus servicios y aprobar a la alumna todo el curso a cambio de su silencio y la retirada de la denuncia. Mario guarda un profundo odio hacia el rector y cualquier miembro docente de la universidad, pues considera que le traicionaron cuando necesitaba su apoyo, y lleva unos cuantos años meditando la venganza. Mientras tanto, ha encontrado un trabajo que no le disgusta y con el que se encuentra muy a gusto.

 
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