Va a hacer calor
Llevaban más de tres horas en el subespacio. El motor Faus Carber amenazaba con colapsarse de un momento a otro y las alarmas de precaución sonarían si Arles no las hubiera anulado de un manotazo. Juana miraba las pantallas de datos y murmuraba: "un poco más, solo un poco más".
Llegando a la cuarta hora, fue evidente. El campo de contención subespacial estaba colapsando y Juana dio la orden de salir. La nave Victoria de la clase B volvió al espacio real a una increíble velocidad, quizás era la nave más veloz de la galaxia en ese momento y las radiaciones de Cherenkov parecían perezosas nubes azuladas.
Noventa segundos después, dos enormes celatanes surgieron detrás de ellos y mantuvieron la distancia y la persecución.
-Quizás deberíamos dispararles -se escuchó a Fernández por los auriculares desde la sala de los motores.
No recibió respuesta. Tenían claro que la destrucción de unos pobres animales era la última opción, pero no podían correr eternamente. Tarde o temprano el motor subespacial les diría que no daba más de sí o se les acabaría el combustible o el estrés del salto les provocaría algún error. Sus perseguidores parecían ajenos a esas posibilidades.
-Tor, busca una estrella cercana
En unos segundos, le dio la dirección.
-Saltemos -ordenó tras un estudio de los datos.
Veinte minutos más tarde estaban en el exterior del sistema y seguían a toda velocidad.
-Arles enfila hacia la estrella. Deja que la gravedad tire de nosotros y calcula la órbita más cercana a la corona. 501 -añadió para toda la nave- va a hacer calor.
Y la clase Victoria enfiló hacia la estrella. Era una apuesta arriesgada. Aquellos enormes animales, si su información no era errónea, eran capaces de realizar la fotosíntesis. Acercarse a una estrella era como darles de comer. Acercarse mucho a ella quizás les saciara; esa era la esperanza de la capitana. No quería destruirlas.
Empezaron a notar la corona solar incluso antes de que la estrella se convirtiera en algo más que un punto es sus pantallas. Tor activó el refrigerante exterior y cambió la superficie de la nave a patrón reflectante.
Nada de lo que hacían parecía mitigar el calor. Juana se había desecho del uniforme, al igual que Arles, aunque Tor guardaba alguna compostura aún. En la sala de motores, Fernández lo estaba pasando mal y el resto de la tripulación había abandonado las torretas y se había refugiado en la sala de reuniones, la parte más resguardada de la nave.
La estrella les recibió con una enorme llamarada. Quizás la había provocado su presencia o quizás era un fenómeno natural. Pasaron por debajo de ella. ¡Un sistema estelar entero podía pasar por debajo de ella! Quizás esa era la razón de que aquella estrella no tuviera objetos orbitándola. Y, de repente, empezaron a alejarse.
-La pintura exterior de la nave está destrozada, pero el sistema de refrigeración aguanta -anunció Tor con cierto aire de triunfo innecesario. Si la refrigeración hubiera fallado, no estarían contándolo.
-Les ves -preguntó la capitana.
-Las interferencias de la estrella anulan nuestros sensores. Tenemos que alejarnos un poco más.
Y esperaron.
-¿Y ahora? -volvió a preguntar.
-Deberían aparecer ya. No nos han seguido. Un segundo... -y Tor mostró en la pantalla la popa de la nave. Un falso eclipse tapaba la luminosidad del sol y se podía apreciar claramente que los dos celatanes habían frenado su carrera y ramoneaban apaciblemente en torno a la estrella.
-¿Han encontrado una fuente de alimento mejor? -preguntó Arles.
-No exactamente -explicó Tor y amplió la imagen para que se pudiera ver con más detalle a los celatanes. Las cúpulas y las conexiones que los aioll habían injertado en su piel aparecían quemadas y rotas exponiendo su contenido al vacío-. Creo que se han desparasitado.
-Vayámonos de aquí -interrumpió Juana-. Tenemos que llevar un informe a la RFP.
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