2x01 - La muerte de Padilla (2ª parte)
Madales y Chaparro están desolados. El primero se aferra a la chaqueta verde de Padilla como si al soltarla éste pudiera desaparecer para siempre. Chaparro maldice y lanza juramentos como si mañana no hubiera un Dios que pudiera juzgarle: "Como pille al malnacido..." murmura antes de lanzar una nueva serie de improperios que hacen que algunos animales nocturnos huyan asustados. Allí, en medio del silencio nocturno de España, el dolor es más grande y la pena más honda. ¡Maldito Padilla! ¿En qué demonios andaría metido sin avisarnos?
- ¿Dónde está su cuerpo? -pregunta finalmente Madales sin desprenderse de la prueba ensangrentada.
- No te hagas ilusiones, flacucho. Pueden habérselo llevado para seguir dándole al hierro y disfrutar viéndole desangrarse como un cerdo.
Víctor se repone un poco al oír esas duras palabras; quizás necesitaba que alguien le recordara que es un curtido agente de la Hermandad. Saca un candil de las alforjas de su caballo, lo rellena y lo enciende y las sombras del pobre bosque que les rodea se oscurecen y se vuelven más siniestras, pero el camino se ilumina, así como sus huellas y el rastro de sangre. Padilla no murió allí; el rastro se dirige al norte, fue o fueron, si alguien cargaba con él, en esa dirección. Hay otras huellas, ora a pie, ora a caballo. ¿Perseguidos, perseguidores? Pronto lo averiguarían.
Seguir las manchas de sangre bajo la luz del candil no es sencillo y tienen que hacerlo desmontados, temiendo que al final del círculo de luz aparezca el cuerpo en cualquier momento o, peor aún, al causante de las heridas. Pero Chaparro no se amilana y acompaña las murmuraciones con rápidos movimientos de su navaja que gracias a los invisibles enemigos a los que se enfrenta se gana el sobrenombre de "matafranceses". Un nombre poco adecuado según con quién se encuentren.
El rastro les lleva a un desvío en el camino al oeste y Madales lo reconoce como el mismo desvío donde cazaron a aquel falso agente semanas atrás. Quizás Padilla no estaba tan herido y se ocultó en aquel lugar. En el camino, algunas huellas continúan, pero no la sangre. Se internan un poco en el sendero, dejan los caballos para que el ruido de los arreos no les delate y apagan el candil. La luz de la luna creciente es suficiente para andar por allí ahora que saben a donde se dirigen.
Llegan al río, con aquel claro, con las primeras luces del amanecer, pero antes de llegar oyen una voz desconocida.
- ¡Agente, entréganos a la mujer y te dejaremos vivir!
Es una amenaza que obtiene una respuesta de una voz que alegra los corazones de Madales y Chaparro:
- No sois suficientes para atraparnos. Id a buscar refuerzos.
Y Chaparro, con los ojos brillantes y agazapado detrás de unos troncos, murmura:
- ¡Que demonio el Padilla! ¡Todo este lío por una zagala! Vamos a quitarle a esos cabrones de encima para que nos la presente.
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