La batalla de Corus y las fortalezas gemelas
En las tierras del norte, más allá del Protectorado del Eo y de las islas de Falîn y Xalîn se alzó un poderoso gobernante que unió a las otrora dispersas razas de humanoides. Les dio entidad como nación y les dio un ambicioso objetivo. Naturalmente, estoy hablando del Emperador y de la cruzada que emprendió contra todos los pueblos libres. Tres hechos contuvieron la imparable expansión de su control: la batalla contra los Guardianes, Thoriel, en el poniente, y la sangrienta y decisiva batalla de Corus, en las fortalezas gemelas. Hoy les hablaré de esta última.
Heran Bastelmel era el heredero al trono de Corus y un brillante militar que ya había demostrado sus capacidades en algunas escaramuzas previas. Cuando su padre, el rey de Corus, le puso al mando de los ejércitos del norte, nadie puso ninguna objeción. Es cierto que había generales mucho más veteranos y, posiblemente, diestros, pero también es cierto que todos sabían que aquel era un momento decisivo y si el propio rey no podía estar en la batalla, tenía cerca de 100 años y 150 kilos, ya no era el de antes, quien mejor que su hijo para animar a los soldados con su presencia. Es posible que todos esos generales y jefes militares hubiesen opinado de otra forma si hubiesen sabido que Heran Bastelmel tenía intención de usarlos como cebo.
El ejército de Corus era numeroso, unos 5.000 guerreros que, además, contaban con la ventaja de las fortalezas, de una imponente caballería y un ejército aéreo de unos 300 tarn. Sin embargo, se enfrentaban a un enemigo todavía más poderoso: unos 10.000 kobolds acompañados de 6.000 orcos y una mezcolanza de trolls, humanos, etc. hasta un total de 20.000 guerreros. Además, el ejército del emperador era un ejército con una moral muy elevada porque, desde que había empezado la guerra, no habían perdido ninguna batalla. Todos sus enfrentamientos se contaban por victorias.
Los guerreros del ejército de Corus estaban entre los mejores soldados del mundo, pero habían perdido alguna de las escaramuzas iniciales y el enemigo les superaba en una proporción de 4 a 1. Aunque los bardos canten hoy que los Héroes de Corus nunca mostraron temor, la verdad debe ser bien diferente. Su enemigo atemorizaba y aquel día debieron estar bastante asustados. La batalla era decisiva pues si la perdían, las tropas del Emperador irrumpirían en Corus matarían o vejarían a sus familias y todo el esplendor del reino se perdería como los ríos que caen al Vacío. Tenían que estar atemorizados, pero la verdadera grandeza es que permanecieron en su sitio, confiaron en Heran y se enfrentaron a su enemigo sabiendo que, posiblemente, aquello fuera lo último que harían.
Las tropas del Emperador desplegaron en un solo núcleo con varias filas de guerreros. Era como una enorme marea de variados colores. Nunca habían necesitado una estrategia de combate porque siempre habían superado a sus enemigos a base de su propia fuerza numérica. En el otro bando, Heran colocó a sus tropas en cuatro cuerpos, dos centrales de unos 1500 hombres, dos alas de unos 500 hombres de los cuales muchos estaban en las fortalezas con armas arrojadizas y el resto era la caballería corusiana, más una retaguardia con el resto de las tropas, que incluía a los jinetes tarn. En esa retaguardia, pero no muy lejos del frente, estaba su puesto de mando. El joven heredero había hecho construir una plataforma de unos 2 metros de altura que había engalanado con banderas con el león de plata sobre campo verde, su propio escudo de armas. Tenía un techo de piedras para protegerse del sol y de cualquier proyectil malintencionado del enemigo, pero su altura era tal que era visible desde mucha distancia. Desde las fortalezas y desde el ejército enemigo. En vano rogaron los generales para que trasladara su puesto de mando a una de las fortalezas, pero, según las leyendas de ese día, dijo:
—Nuestros soldados deben vernos durante toda la batalla.
—Pero estaremos al alcance de los enemigos —le contestó uno de los generales, la historia no hace mención de quién.
—Pues entonces bajad abajo e impedir que ocurra —y diciéndolo le arrancó los galones de general y lo convirtió en soldado raso. Cuentan las crónicas de la batalla que el general-soldado se comportó como uno de los mejores soldados de ese día y aunque al final murió como resultado de sus heridas, Heran hizo que lo enterraran bajo el monumento que conmemora este día.
Como había supuesto el heredero, la visión de la plataforma real incitó a los enemigos a atacar en esa dirección que, además, coincidía con la unión entre los dos cuerpos centrales. En teoría, esa era la zona más débil del frente porque es una especie de tierra de nadie que ninguno de los dos cuerpos sabe quien tiene que defenderla. Mucho antes de que las tropas del Emperador alcanzaran sus posiciones, las armas de las fortalezas comenzaron a disparar. Los proyectiles de cientos de kilos o las bolsas de pez ardiendo caían sobre las filas posteriores del ejército con una precisión increíble. Esto obligó a que las tropas de la retaguardia tuvieran que desplegarse, abrirse, para así evitar que los proyectiles alcanzaran a varios en cada disparo, pero, aún así, siguieron acercándose. Fue entonces cuando Heran lanzó a sus tarn contra la vanguardia. Portando piedras entre sus garras las arrojaban contra las primeras líneas. Una piedra podía matar a un soldado de un golpe, pero lo normal era que lo hiriera o, como mucho, lo hiciera trastabillar algunos pasos. Sin embargo, ese era el efecto que buscaba Heran porque eso hizo que su primera línea, donde la mayoría eran poderosos trolls armados con garrotes, fuera rompiendo la formación. Algunos terminaron avanzando a varios metros por delante o por detrás de sus vecinos y lo que debería haber sido un río poderoso se convirtió en una lluvia, aún así poderosa.
Las primeras líneas de ambos ejércitos se alcanzaron cuando el sol acababa de separarse de las montañas Sonrientes. Fue un golpe brutal acompañado por los gritos furiosos de los guerreros de Corus que ansiaban derrotar a sus enemigos. La primera línea del ataque cayó entera con el primer envite, cerca de doscientos guerreros del Emperador muertos en apenas unos pocos latidos de corazón. Otros doscientos más murieron poco tiempo después, pero la presión era muy fuerte y, poco a poco, los dos cuerpos centrales empezaron a ceder terreno y el enemigo empezó a acercarse al heredero de Corus a quien consideraban un objetivo legítimo de la batalla. Finalmente, el empuje del enemigo era tan grande que la línea del frente se rompió y un pequeño frente de ataque avanzó hacia la plataforma. El general-soldado y trescientos hombres que le acompañaban se plantaron delante de los enemigos. Se trataba de los mejores soldados de Corus y sus técnicas de combate nunca serán igualadas en el resto de Eriloe. Allí, durante un tiempo que debió parecerles eterno, los soldados defendieron la plataforma y al heredero y aunque el enemigo era poderoso ninguno, llegó a acercarse.
Este era el momento que había estado esperando Heran. El ejército enemigo estaba trabado en combate casi completamente y si los de Corus no hubieran tenido refuerzos, la batalla hubiera acabado ahí, pero contaban con las alas y a una señal de las banderas de la plataforma ambas caballerías se pusieron en marcha. Los jinetes de Corus no pueden compararse con la destreza de las amazonas de Thoriel, pero, aún así, son fieros y su nombre entró en la leyenda ese día. Rodeando al ejército enemigo, le atacaron por la retaguardia como un cuchillo caliente en un pote de mantequilla. Las tropas del Emperador quedaron rotas en varios grupos más pequeños, eso les hizo perder la coordinación y, por primera vez en su campaña, vieron la posibilidad de perder. No sólo les atacaron por todos los lados por tierra, sino que los tarn volvieron a aparecer y empezaron a arrojar piedras, más grandes que antes, sobre los soldados que estaban en el centro del cerco, sembrando más caos y destrucción en las tropas enemigas.
Las crónicas dicen que las tropas enemigas de Corus se atemorizaron ante el valor desplegado por el ejército de Heran, pero yo me inclino a pensar que fue la posibilidad de la derrota, su falta de experiencia con la misma, la que terminó por desorganizar sus filas. Algunos intentaron huir de la batalla, para ser perseguidos por la caballería y eliminados allí mismo; otros atacaron, sin concierto, el cerco y acabaron muertos por sus enemigos; y algunos cayeron bajo los empujones y pisotones atemorizados de sus compañeros. Muy pocos soldados del Emperador sobrevivieron a esa batalla donde unos tres mil guerreros de Corus murieron. Fue una gran victoria para los pueblos libres ya que, por primera vez, un ejército del Emperador había sido detenido...
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