Nº: 243 . 3ª época. Año VI
Organización: Lázaro Por: Francesc Almacelles
 
 
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Lázaro

Hay cosas que pasan en Cunia que nadie quiere mirar demasiado de cerca. Personas que desaparecen sin dejar rastro. Espasmos de violencia que nadie entiende. Fogonazos de algo… extraño. Algo que no encaja con la lógica, ni con lo cotidiano, ni con lo que aprendiste en el colegio.

Y, sin embargo, no los verás en los telediarios. No hay titulares. La gente sigue con su vida como si nada. Tranquila. Ignorante. O eso parece.

Dicen -y solo dicen, porque nadie puede probar nada- que eso es gracias a ellos. A los que se hacen llamar Lázaro. O Lazarus, si te crees a los que lo han leído en informes viejos o anotaciones a lápiz en los márgenes de algún libro prohibido.

¿Quiénes son los Lázaro? Buena pregunta. Y, como pasa con todas las buenas preguntas, no hay una respuesta clara. Lo poco que se sabe -lo que se susurra a media voz en bares oscuros o en las esquinas menos transitadas de Cunia- es que Lázaro no es una banda, ni una secta, ni un cuerpo oficial. Es otra cosa.

Lo que hacen, al parecer, es proteger a la gente normal. No de ladrones o asesinos, sino de algo mucho peor: lo extraordinario. Personas que no deberían existir. Hechos que desafían las leyes naturales. Entidades que mejor no nombrar. Su objetivo es erradicar cualquier manifestación de eso que no encaja, que desentona, que asusta.

Y si no pueden eliminarlo… lo ocultan. Lo sacan de las calles. Lo entierran. O lo queman.

Aunque algunos los imaginan como una sociedad secreta invencible, la realidad -si es que hay alguna- parece más cruda. Los Lázaro caen. A menudo. La guerra que libran no tiene medallas ni funerales con bandera. Cuando uno de ellos muere, es como si nunca hubiese existido.

Los rumores hablan de operaciones fallidas, de emboscadas, de entidades que se cobraron demasiadas vidas. No hay homenaje ni justicia. Solo una ausencia. Y una nota en un archivador cerrado con llave que nadie reconoce.

Aun así, siempre hay reemplazos. Nuevos rostros. Nuevas manos dispuestas a empuñar un arma, un crucifijo o una jeringuilla de pentotal. Aunque la esperanza de vida no sea muy alentadora.

¿Cómo se financia? Nadie lo sabe. Nadie con sentido común lo pregunta. Las teorías abundan: que si donaciones anónimas, que si propiedades fantasma a nombre de fundaciones tapadera, que si algún mecenas misterioso con muchos ceros en la cuenta y más fe que razón. También se habla de una cruz detrás de todo esto. No una ideología, sino una motivación. Una obsesión.

Lo cierto es que cuentan con recursos. Equipamiento moderno, transporte discreto, acceso a lugares y a información que nadie debería tener. Todo sin dejar rastro. Todo sin levantar sospechas.

Actúan sin aviso. En solitario o en pequeños grupos. Nunca sabrás que un Lázaro ha pasado por un lugar… salvo que se les haya complicado el asunto.

Sellan escenas, borran pruebas, eliminan amenazas. A veces de forma quirúrgica, otras con una contundencia que deja preguntas sin respuesta. Y si alguien ve algo que no debe, bueno… también tienen formas de borrar recuerdos. O testigos.

No buscan reconocimientos. No dejan pistas. Lo hacen por una causa que solo ellos entienden.

¿Has oído hablar de Lázaro?

¿Te suena Lazarus?

La mayoría responde con una risa nerviosa o un "vete a la mierda". Otros bajan la voz, miran a su alrededor y te sueltan algo como: "Eso no existe. Y mejor que no exista."

La duda es constante. ¿Son reales o solo una leyenda urbana? ¿Una invención paranoica para justificar lo injustificable? ¿O realmente hay un grupo que mantiene a raya lo imposible mientras todos dormimos?

Nadie lo sabe. Y, sinceramente, pocos quieren saberlo. Porque si Lázaro existe, eso implica que hay cosas peores ahí fuera.

No se conocen conexiones con nadie. Ni con el gobierno, ni con la policía, ni con ninguna organización del crimen. Y si alguien ha oído su nombre, se lo ha guardado para sí.

Lázaro no hace alianzas. No negocia. No se deja ver. Si existe, es porque necesita hacerlo. Y si alguna vez te cruzas con uno… probablemente no lo sepas hasta que sea demasiado tarde.

Lázaro puede ser una sombra en tus partidas. Una figura que aparece brevemente y desaparece sin dejar huella. Un rastro inexplicable en una escena del crimen. Un archivo tachado que menciona un nombre prohibido. El testimonio de un testigo que, en mitad del relato, cambia de tema, pálido como un cadáver.

Puedes usarlos como un susurro constante. Una leyenda que va cobrando fuerza a medida que los personajes se topan con cosas que no cuadran. No hace falta que aparezcan en carne y hueso. Su poder está en el miedo a lo desconocido. En la sensación de que hay alguien -o algo- limpiando la ciudad antes de que tú llegues.

Y si algún día los jugadores se cruzan de verdad con un Lázaro… ya nada volverá a ser igual..

 
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