3x06 - El pastor
Haciendo camino les pilló a los mangas verdes el final de diciembre, con la lluvia y los fríos colándose en los huesos y el mal humor adueñándose de los espíritus. Seguían una senda que empezó prometedora, pero que acabó convertida en un pedregal estrecho que transitaba siguiendo un río frío de montaña. Se apearon de las monturas para evitar que se quebraran las patas, lo que provocó que Chaparro se lamentara porque a nadie parecía preocuparle que fuera él quien se rompiera las patas.
La ascensión terminó en un prado con una cobertizo desvencijado donde se escuchaba el balar del rebaño y una caseta de piedra y madera con humo en el hogar.
—Les estaba esperando —les dio la bienvenida un anciano que, desde el porche, se entretenía afilando un cuchillo con una piedra de esmerilar. El arma, de esas que entran y salen en la vaina con un vaivén, tenía un tamaño considerable y el desgaste propio del uso frecuente.
—Buenos días señor. ¿Cómo es que nos estaba esperando? ¿Alguien le dijo que vendríamos? —la curiosidad del sargento era genuina.
—Desde aquí —y señaló— se ve el camino del valle. Les vi pasar desde el pueblo, pero no salir después tras el promontorio. Solo podían venir hacia aquí.
Padilla comprobó lo que decían y respondió:
—Tiene usted aquí un buen puesto de vigilancia. ¿Qué es lo que vigila?
—A las ovejas, pero eso deja mucho tiempo libre —y guardó la filosa—. No tengo mucho que ofrecer, salvo queso y agua fresca.
—No tomaré queso sin vino —añadió Chaparro— y cogiéndola de su montura invitó al pastor a un trago. Este lo aceptó de buen grado. Tenía la nariz grande y sonrosada y parecía un anciano feliz.
—¿Vive usted aquí todo el año? —preguntó Madales cuando dieron cuenta de los primeros trozos de queso, uno oloroso que dejaba un buen sabor en el paladar. También comieron unos trozos de pan.
—En verano vamos a los campos más arriba, pero desde octubre hasta marzo me quedo aquí. El pueblo está cerca si me hace falta algo, a las ovejas les gusta y nadie se fija en nosotros.
—Un lugar ideal para pasar desapercibido, vigilar los alrededores y verse con discreción con algunos amigos —aventuró el sargento.
—Siempre que no sean franceses…
Y eso fue suficiente.
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