La horrible verdad
El enorme leviatán no había muerto. Agonizaba y Tor comentó que podía sentir su dolor, que atravesaba todas sus defensas mentales. Su tripulación, aquellos que habían colocado todos aquellos instrumentos de control en su interior, no tuvieron tanta suerte. Los múltiples impactos habían abierto brechas en los mamparos y los torpedos habían inutilizados los principales sistemas. Ya fuera por la falta de aire, por el frío o por la descompresión súbita, todos habían muerto.
Juana recorrió las salas, los pasillos y todas las dependencias y vio los cuerpos en diferentes fases de horror. Son curiosos los gestos que dejan los fallecidos cuando comprenden que van a morir, pero la capitana de la 501 no se dejó afectar por lo que estaba viendo. Aquellos pangalácticos eran responsables de haber esclavizado a aquel leviatán y sabía que eran responsables de delitos aún mayores. Con mucho cuidad, y siempre en parejas, fueron comprobando la existencia de NheTi:Narä en los cuerpos y si encontraban alguno con una cicatriz en la nuca o el escáner les decía que no podía identificar el ADN, le pegaban un tiro en la cabeza. Encontraron bastantes, tantos que Fernández sugirió que les pegaran un tiro a todos. Y, por una vez, la 501 estuvo casi de acuerdo con su propuesta.
-Dame algo, Fernández -preguntó Juana cuando coincidieron en lo que creían serían los motores subespaciales y resultó ser una cámara con extraños depósitos médicos.
-Solo puedo especular -y ante la mirada irritada de su oficial, que empezaba a cansarse de tanta inseguridad científica, añadió-: creo que no tienen motor subespacial.
-¿Y cómo lo hacían? ¿Cómo podían seguirnos?
-Creo que esta fantástica criatura -y pateó el suelo para dejar claro a quién se refería- es capaz de deformar el espacio de forma natural. -Su bota chasqueo al volver a fijarse a la superficie de metal y explicó-. No sé cómo lo hace, pero es como si comprimiera el espacio haciendo que fuera más pequeño.
-Me estás hablando de un motor de Alcubierre -aquello sorprendió al tecno. Los conocimientos matemáticos de la capitana seguían sorprendiéndole. A veces creía que no era militar-. Nadie ha confirmado que estas criaturas sean capaces de hacer eso.
-Hasta hace unos meses nadie sabía si seguían vivas.
-¿Y cómo conseguía seguirnos?
Fernández hizo una señal para que le siguiera. Tor se unió a ellos y juntos avanzaron por varias estancias que iban siguiendo el lomo del animal hasta que llegaron a la cabeza. Allí estaba Arles intentando comunicarse con las consolas sin mucho éxito. El tecno señaló unos tubos metálicos que atravesaban el suelo y se clavaban, aparentemente, en el animal. Habían creído que eran anclajes, pero el úkaro tenía otra teoría.
-Creo que le han hecho una lobotomía al pobre. Estas conexiones pulsan partes del cerebro de la criatura y así la conducen.
-¿Y?
-Pensaba que éramos su comida...
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