Las kaukirinas o leyendas del Grakin
Las kaukirinas son historias que los habitantes de Pangea cuentan como si fueran ciertas pero que nunca han sucedido. Son coetáneas a quien las cuenta, se utilizan de manera recurrente y están vinculadas al mundo de lo irreal.
Su rasgo más importante es que a pesar de incluir elementos sobrenaturales o inverosímiles, se cuentan como algo veraz y ocurrido hace poco tiempo. En ocasiones tienen su origen en acontecimientos reales, pero siempre son exagerados, distorsionados o mezclados con elementos sobrenaturales.
Se transmiten de boca en boca entre todos los habitantes de Pangea y se caracterizan por tener como trasfondo una enseñanza o moraleja útil para sobrevivir en un mundo en el que el peligro acecha en cada rincón. Las Kaukirinas al transmitirse oralmente pueden llegar a tener muchas y muy diferentes versiones siempre adaptadas al entorno de quién las cuenta y de quien las escucha. Es habitual que el narrador afirme conocer a los protagonistas o cómo mínimo sean familiares o conocidos de alguien cercano a él.
Aunia
Me contaron esta historia cuando estuve en Aguaclara hace unas cuantas drumas. La víctima fue una mujer que estaba relacionada con el hermano de un comerciante Turgan con el que estaba intercambiando por huesos pulidos.
La historia trataba sobre una mujer que había viajado atravesando el desierto del escorpión durmiendo muchas noches al raso sobre la arena. Cuando volvió a Manaes, la aldea en la que vivía, vio que había aparecido en su cara un bulto que poco a poco crecía. Asustada decidió acudir al shamán de su tribu que después de consultar los huesos y hablar con los espíritus le indicó que tendría que esperar a que terminar de madurar para extraerlo cuando la luna estuviera llena en el cielo. El tiempo pasó y la luna cada vez se acercaba más a su plenitud pero el bulto no dejaba de crecer e incluso cambiaba de posición por su rostro provocando terribles dolores en la mujer. Desesperada volvió a ver al brujo con tan mala suerte que aquella noche éste había salido para buscar ciertos componentes que sólo pueden recogerse de noche. Mientras esperaba su retorno la mujer no fue capaz de soportarlo más y empezó a gritar presa del terrible dolor que sentía para asombro de todos los habitantes de Manaes. Se lanzó al suelo y empezó a revolcarse con tan mala suerte que el bulto se rozó con la arena y se abrió dejando salir para horror de todos los presentes crías de Aunía (un tipo de escorpión blanco de dimensiones reducidas pero muy venenoso) mezcladas con sangre y pus. Cuando la mujer se dio cuenta de lo que corría por su cara trató de quitárselos dando manotazos y los escorpiones terminaron por hundir sus aguijones en su piel matándola al instante.
La mujer de la soga
Un conocido que viaja mucho junto con nómadas, me dice que ha oído contar la misma historia muchas veces entre cazadores, viajeros y otras gentes en las montañas grises. Todos ellos cuentan haber visto en dirección a Bauton a una mujer alta y delgada, con el pelo enmarañado y negro, desnuda y desvalida con una laceración terrible en el cuello. Aunque ninguno es de los que viajan en compañía de desconocidos, todos ellos se sorprendieron a sí mismos parando junto a la joven, ayudándola con algo de ropa y acompañándola hasta la población más cercana. La mujer en todos los casos les siguió unos pasos detrás aunque permaneció callada durante todo el trayecto incluso aunque alguno le preguntó de dónde venía, qué le había ocurrido... De repente al llegar junto a un árbol alto en un cruce de caminos la mujer dijo: "Ten cuidado, porque aquí me ahorcaron ellos." Luego al girarse allí no había nadie. Al mirar hacia el árbol todos dicen haber visto a la mujer colgando ahorcada de una de las ramas. Presas del mayor terror todos corren tan rápido como les es posible hasta el pueblo más cercano. Una vez allí cuando cuentan lo sucedido los habitantes les explican que hace mucho ahorcaron por error a una mujer y que ya son varios los que dicen haber visto lo mismo a horas imprudentes.
El hombre que vive en la cueva de al lado tiene un amigo que conoce a las personas a las que le paso. Son una pareja de bardwan que llevan pieles para comerciar de asentamiento en asentamiento. Esta gente recorre los caminos con frecuencia y los conoce muy bien. Una noche cerrada cuando viajaban hacia Seilice se toparon con una mujer, vestida con pieles raídas y muy antiguas, el cabello aplastado por la lluvia y la cara pálida, mortecina. Tenía algunas heridas y golpes por el cuerpo, y se movía con dificultad cómo si se hubiera caído. Normalmente no admiten que nadie les acompañe en sus viajes, pero esta vez si lo hicieron ya que pensaron que la chica había tenido algún percance y viajaría mejor acompañada. Fue detrás de ellos un trecho mientras atravesaban un camino que ascendía serpenteando por las montañas y que estaba flanqueado por grandes precipicios. De repente, dijo: "Tener mucho cuidado e ir por el centro del camino...¡Aquí me maté yo!". Los dos miraron atrás pero allí no había nadie. Pensaron que a lo mejor se había marchado en algún momento de la ascensión sin decirles nada, aunque el camino era demasiado estrecho como para ir en otra dirección. Finalmente se asomaron por el precipicio y a pesar de la oscuridad les pareció ver el cuerpo de la mujer allá abajo entre las rocas. Salieron corriendo presas del pánico y al llegar al siguiente asentamiento informaron de lo sucedido. Y los habitantes de Seilice les contaron que ya era la cuarta vez que algún viajero que pasaba por ese camino les decía lo mismo.
Referencias
Aunia y La mujer del barranco son dos leyendas urbanas adaptadas a Pangea y extraídas del libro El fabuloso libro de las leyendas urbanas de Jan Harold Brunvand editado por Círculo de lectores, S.A. (sociedad unipersonal) en el año 2002.
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