El final del camino
Después de dar buena cuenta de los petimetres del bar del parroquiano Mariscal, de rescatar a este hecho un manojo de nervios de su propia alacena y de dar buena cuenta de algunas viandas para que no se echaran a perder, los tres miembros de los mangas verdes se dirigieron a su cuartel. Era tarde, pero era hora de saber qué demonios estaba pasando.
Las calles volvían a estar desiertas y si alguien había oído el escándalo previo, ninguno se había quedado a ver cómo se resolvía. La soledad les acompañó hasta el cuartel y solo el ligero tañido de la campana de la iglesia les acompañó; su badajo debía moverse por efecto del viento o de débiles fantasmas.
Abrieron la puerta del cuartel con ímpetu, como si quisieran espantar a cualesquiera demonios que hubiera dentro, pero, para su sorpresa, solo había dos imberbes muchachos que les observaron con los ojos muy abiertos. Fue Chaparro quien comentó ajustándose las mangas de su abrigo:
—No parece que estos hayan olido pólvora aún —. Una manera rebuscada de insultar a sus oyentes, pero estos no se dieron por aludidos.
Uno fue a hablar, pero el dedo en alto, como un aviso, del sargento Padilla le hizo cambiar de opinión. Sin dirigir una segunda mirada a los celadores, se cuela en el despacho del jefe que no está solo. Junto a la mesa, en la posición de un confesor, se sienta un rostro conocido. El pelo rubio le delata como un Fuentebrava, pero se había dejado barba y en sus ojos se notaba el vagabundear por los caminos. Padilla se dirigió a su superior y preguntó:
—¿Don José ha fallecido? —el jefe asintió—. ¿Y él es la razón de que fuéramos de viaje? —nuevo asentimiento—. ¿Y no esperaba que volviéramos tan pronto? —Esta vez no hubo respuesta.
Don Fernando de Fuentebrava, heredero mayor de Don José y dueño de casi todas las tierras y Haciendas en leguas a la redonda se levantó para irse y dijo:
—Como veo que está todo aclarado, me marcho para casa…
—…No tan deprisa —Chaparro aún tenía algo que decir—. Está usted detenido por el asesinato de Francisca, por el de su marido y por conspirar para el robo de un niño.
—¿Está usted seguro? Creo que su superior no estará de acuerdo con usted.
El jefe se hizo un poco más pequeño.
—El jefe del cabo soy yo —intervino Padilla— y apoyó su decisión. Y mi jefe, como verá, opina que es mejor que la hacienda y las tierras las dirija su hermano, cosa que ocurrirá cuando el garrote le parta el cuello.
—Mi gente me sacará de aquí en unas horas… —era una amenaza, pero quedó un poco desangelada cuando Chaparro entendió que se estaba resistiendo al arresto…
Ver 10682 para recordar los detalles de este sorprendente final de temporada.
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