Pangea – 3×01 — Refugio de invierno

—Deberíais quedaros unos días más —dice un anciano jefe del grakin esperanzado por contar con la ayuda de la caravana.

—Las bestias de carga y los esclavos están engordando. No es bueno que ellos engorden y nuestras reservas se vayan reduciendo.

—Algunas cosas nuestras lleváis.

—Y por eso mismo debemos partir antes de que las echéis de menos —y ambos rieron.

El jefe se dio por vencido.

—Intenta no tardar tanto la próxima vez.

—Así lo haré.

Y aquella respuesta fue suficiente.

En esa fría mañana de finales de invierno, la caravana del Lobo se puso en marcha con pereza, como intentando romper la escarcha que se había acumulado en los huesos. Aarthalas abrió camino con pequeños saltos, contenta de salir de una vez de un lugar civilizado o quizás porque sabía que pasarían cerca de las tierras donde vive su gente. Kel no está contento porque para él ha sido una época de descanso y reposo bien ganada. A diferencia de Slissu que no va a echar de menos a esa gente que le miraba como si fuera un víbora rezumando veneno.

La comitiva la cierran, por una vez, el silencioso hombre de ébano y el jefe de la caravana. Este se gira para despedirse de los habitantes del grakin que les saludan desde lo alto de la colina que les sirve de defensa. Un saludo breve, pero cariñoso que es devuelto por los más jóvenes.

—¿Algún plan para el viaje? —pregunta sin preámbulos Adebbi tras casi media jornada. Esa es su costumbre.

—Quiero bajar bordeando el desierto y los bosques dwandir y creo que debemos llegar hasta los pantanos cuando medie la temporada calurosa. Slissu necesita pasar un tiempo entre su gente. ¿Cómo lo ves?

El compañero se encoge de hombros y añade:

—Entonces solo viajar.

—Lo de siempre. —Sonríe Lobo—. Viajar, salvar el mundo y tratar de que los que nos siguen no nos sorprendan.

—¿Los has visto?

—Desde que salimos del grakin.

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